Charlamos con la primera presidenta de la Asociación de Vecinos de Tres Cantos, que nos recibe en su casa para contarnos cómo era la ciudad a principios de los años ochenta, todas sus carencias y necesidades, y cómo el esfuerzo colectivo hizo que el municipio poco a poco caminara hacia la ciudad que es hoy.
Mucho ha cambiado Tres Cantos desde que Carmina Juez, una de las primeras vecinas de la ciudad, se mudó al que les prometieron sería un lugar «completamente moderno, lleno de dotaciones», de esos en los que uno puede deshacerse de la basura sin tan siquiera salir de la cocina. Nacida en un pequeño pueblo de Burgos bajo la dictadura franquista, Carmina había emigrado a los 18 años a París. «Allí me empecé a enterar de todo», nos cuenta en referencia al bullicioso y contestatario ambiente de la capital francesa que acabaría desembocando en los sucesos de mayo de 1968. Tiempo después, volvió a España, y tras breves estancias en distintos barrios de Madrid, se asentó en Leganés, ciudad que por aquel entonces contaba con un fuerte movimiento asociacionista. Fue en esta localidad madrileña donde, tras haber colaborado en París en la casa cultural para jóvenes acogiendo a españoles recién llegados al país – muchos llegaban «con los ojos cerrados», relata – continuó con su compromiso social formando parte de las asociaciones de padres del municipio. Allí consiguió incluso que un cura hablara en un colegio contra la religión en las aulas.
El Tres Cantos de los años ochenta: un páramo en medio de la nada
Leganés fue la última parada de Carmina y su familia antes de recalar en el que en esa época era un barrio más de Colmenar Viejo. Corrían los últimos días del verano de 1982 cuando aquel Tres Cantos idílico y anclado en la más pujante modernidad que les habían prometido se demostró inexistente. «No teníamos nada», nos cuenta sentada en el sofá de la que ha sido su casa desde entonces, «ni recogían la basura».
El colegio estaba construido, pero al principio no daban clases en él. Tampoco había médico, y era el cura quien repartía la correspondencia por el barrio. En las elecciones no pudieron votar porque no figuraban en el censo. Por no tener, no tenían ni luz. Hasta tal punto llegaba la carencia de servicios más elementales que, nos cuenta, en una ocasión tuvo que llevar a una niña accidentada en la calle a un veterinario para que fuera él quien, ante la falta de ambulatorio, le diera puntos en la herida. «Me sentí engañada», reconoce Carmina al recordar la situación del primer Tres Cantos, allá por la década de los ochenta.
Los primeros pasos hacia la ciudad de hoy: el surgimiento de la Asociación
Fue esta situación y la dejadez de parte de las autoridades y de la empresa promotora, Tres Cantos S.A., «que pretendía que todo fuera privado: los polideportivos, los jardines…», lo que llevó a Carmina y unos pocos vecinos más (por entonces el número de familias no alcanzaba la veintena) a unirse para trabajar juntos. Primero se reunían tres en el patio del desértico colegio; después en unas oficinas, rodeados de cocinas, que también hacían las veces de improvisada iglesia. Allí se constituyó, antes de la aprobación de los estatutos, la junta gestora de la que sería la Asociación de Vecinos de Tres Cantos. Carmina fue su primera presidenta, y su casa, la misma en la que ahora conversamos, la sede original de la Asociación. «Era joven; me iba la movida», admite entre risas.
Por sorprendente que parezca, fue a ella a quien escribían desde el Ministerio de Sanidad para, por ejemplo, solicitar su ayuda en la búsqueda de un médico para Tres Cantos. Mientras hablamos, nos muestras cartas con el timbre oficial del gobierno, tarjetones del presidente de Tres Cantos S.A. y recortes de periódico que denunciaban la situación de la ciudad. Nos habla de la primera cabalgata, en 1983, y de cómo Los Camilos, ya presentes, les dejaron los trajes para la celebración. Nos sorprende saber que fue una lluvia tempestuosa la que hizo que las fiestas municipales pasaran de celebrarse en mayo a finales de junio.
La Asociación, un primer ayuntamiento. El futuro de Tres Cantos
Así las cosas, el papel de la Asociación en las primeras horas de Tres Cantos fue clave. «Actuábamos como si fuéramos el ayuntamiento.» Ante la desidia de la promotora, que contaba con una revista en la que «sólo contaban las cosas buenas», recuerda Carmina, «empezamos a dar guerra». «Al principio, éramos un páramo en medio de la nada a veinte kilómetros de Sol», algo a todas luces incomprensible incluso desde el punto de vista político. Mientras repasa sus notas, nos habla de la cierta competencia que había entre algunos vecinos de Tres Cantos y de Colmenar. «No la entiendo», dice, «en el fondo, todos estábamos enfadados», recuerda ante los engaños y falsas promesas que unos y otros vivieron.
Poco a poco, empezaron a ser más vecinos y el municipio, que por aquel entonces ni tan siquiera era tal, comenzó a prosperar gracias al esfuerzo compartido. Carmina menciona, por ejemplo, los primeros buses de línea, «que paraban donde había alguien esperando», y recuerda tras años de cuitas pero también y especialmente de trabajo mutuo: «La Asociación es de todos los vecinos».
Hoy la ciudad es otra, pero aún le queda mucho por avanzar. «¿Alguna idea?», le preguntamos a Carmina, que no duda en responder: «La residencia pública de mayores de una vez».